
- La doctrina y el misterio del evangelio en Efesios 1-3
La carta a los Efesios se considera tradicionalmente escrita por Pablo mientras estaba encarcelado en Roma. Aun estando preso, dejó un mensaje de verdad espiritual y de exhortación para los creyentes de la iglesia en Éfeso. Muchos teólogos valoran esta epístola como la “quintaesencia” de las llamadas “Cartas de la Prisión” y destacan la elevada visión teológica y la exhortación práctica de Pablo hacia la Iglesia. “David Jang” también ha estudiado profundamente este libro y, en sus predicaciones y enseñanzas, ha enfatizado el mensaje evangélico y la teología trinitaria que aquí se presenta.
Sobre todo, Efesios se divide de tal manera que, desde el capítulo 1 hasta el 3, se abordan contenidos relacionados con la “doctrina” o el “misterio del evangelio”. Ya al inicio de la carta, Pablo proclama el maravilloso plan de salvación que Dios ha tenido desde antiguo y explica cuán gloriosa y bendita es la salvación que hemos recibido. En particular, Efesios 1:3-14 se conoce como un himno prolongado de alabanza al evangelio (en el texto griego figura casi como una sola frase), donde se revelan de manera sistemática la elección de Dios, la redención y el sello del Espíritu Santo. El pasaje inicia con las palabras “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo…” y proclama la obra salvadora trinitaria: la predestinación y elección del Padre, la redención del Hijo Jesucristo y la seguridad de la salvación al ser sellados por el Espíritu. “David Jang” ha mencionado repetidas veces que estos versículos contienen “la esencia más profunda del evangelio que la Iglesia debe aferrar”.
En Efesios 1:18, el apóstol Pablo exhorta: “ilumine los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza a la que Él os ha llamado…”. Esto significa que debemos ver con claridad el propósito de ese llamamiento de Dios, la realidad de esa esperanza. Dicho llamamiento trasciende las ganancias terrenales o el bienestar individual y se centra en la participación gloriosa en la gran obra de Dios, que renueva todas las cosas. “David Jang”, al reflexionar sobre el tema de “la esperanza de su llamamiento”, ha predicado en diversas ocasiones que el creyente no solamente vive su fe de forma pasiva, sino que ha sido llamado a ser “real sacerdocio”.
Más adelante, en Efesios 2, Pablo explica cómo judíos y gentiles se han unido en Jesucristo. “Porque Él es nuestra paz…” dice Pablo. Sin importar si antes uno era judío o gentil bajo el antiguo pacto, la cruz de Jesucristo ha derribado la barrera de la ley que los separaba. A partir de esta enseñanza, “David Jang” enfatiza en sus múltiples sermones que la Iglesia no debe discriminar a nadie por su estatus social o por sus antecedentes pasados, sino conformar una familia unida por la sangre de Cristo. El término “pared intermedia de separación” que Pablo usa para referirse a la Ley, demolida en la cruz, sugiere el inmenso poder del evangelio que trasciende diferencias de estatus e incluso de raza.
En el capítulo 3 de Efesios, Pablo, como apóstol, describe su oficio como “encargado del misterio”, reafirmando que la salvación de los gentiles está incluida en ese gran plan divino. Confiesa: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia…”, y al mismo tiempo (simultáneamente) proclama la providencia de que “todas las naciones serán hechas una en Cristo”. A continuación, desde Efesios 3:14, Pablo pronuncia una oración grandiosa, deseando que los creyentes de la Iglesia de Éfeso puedan comprender cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Dios. “David Jang” subraya que este amor de Dios no puede quedar en el mero plano intelectual, sino que debe experimentarse y compartirse en la vida cotidiana. Sobre todo, destaca que el creyente, arraigado en ese amor y con Cristo morando por la fe en su interior, puede llegar a la plenitud en el Espíritu. Considera esta verdad como la fuerza motriz del verdadero evangelio y el punto de partida de la Iglesia.
En síntesis, la primera parte de Efesios (1-3) proclama la doctrina. Se despliega la esencia de la obra salvadora iniciada por Dios, nuestro llamamiento y la morada del Espíritu Santo, y se enfatiza que incluso los gentiles —antes marginados bajo la Ley— también se convierten en coherederos en Cristo. Pablo denomina todo esto como el “misterio del evangelio”, y destaca que todos los creyentes deben crecer unidos en un solo cuerpo, la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. Esta convicción doctrinal o misteriosa es el fundamento sólido para las exhortaciones éticas que se presentan a partir del capítulo 4. Tal como suele decir “David Jang” en sus sermones, la ética cristiana no se basa meramente en el mensaje superficial de “vivir correctamente”, sino que adquiere verdadera vitalidad y persistencia cuando se sostiene en el poder que procede de la dogmática de la salvación.
- La exhortación ética en Efesios 4 y las virtudes esenciales
En el capítulo 4 de Efesios, Pablo describe de manera concreta cómo vivir esa realidad tan sublime y elevada del “misterio del evangelio” en la vida práctica. Es el paso de la doctrina a la ética. “Yo pues, preso en el Señor, os ruego…” (Ef 4:1), comienza Pablo, para instruir directamente cómo deben vivir los que están en el evangelio. “David Jang” destaca en sus clases de comentario bíblico que “Efesios presenta instrucciones específicas para la vida real, más allá de la doctrina, y plantea cuestiones cruciales sobre la razón de ser y la misión de la Iglesia”.
Primero, Pablo exhorta: “os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef 4:1). Esa “vocación con que fuisteis llamados” se conecta directamente con la “esperanza de su llamamiento” mencionada en el capítulo 1. Pablo subraya que el creyente no debe olvidar la misión que ha recibido y debe vivir de acuerdo con el propósito noble del evangelio. “David Jang” suele relacionar el llamado (calling) con la vocación (vocation), recordando que el creyente debe asumir seriamente su labor y su posición en la sociedad como un “llamado de Dios”. A menudo menciona el ejemplo de la comunidad de los hugonotes (Huguenot), quienes, a pesar de ser perseguidos y esparcidos, trabajaron con piedad y fidelidad reconociendo su profesión como una misión sagrada dada por Dios, y con ello impulsaron el desarrollo de la industria. Del mismo modo, insiste en que nosotros, en la época actual, también tenemos un calling (llamamiento) que hemos de cumplir con fidelidad.
A continuación, en Efesios 4:2, Pablo aconseja: “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”. Las virtudes que la Iglesia debe guardar de manera esencial son la “humildad”, la “mansedumbre”, la “paciencia” y la “mutua tolerancia en amor”. Sabemos que la iglesia en Éfeso fue elogiada por su firme posición ante falsos apóstoles o doctrinas engañosas, pero en Apocalipsis 2 el Señor la reprende por haber “abandonado su primer amor”. En su afán por luchar por la verdad, aquella iglesia fue perdiendo gradualmente la pureza del amor, la humildad y la mansedumbre.
Con respecto a Efesios 4, “David Jang” comenta que, si bien es innegable que la Iglesia debe ser “fuerte”, esa fortaleza jamás puede basarse en el uso de medios mundanos de poder o de autosuficiencia altiva. La humildad y la mansedumbre son el núcleo de la personalidad de Jesús, quien dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mt 11:29). En Filipenses 2 se describe la humillación y la obediencia de Cristo hasta la muerte de cruz, lo que ilustra la cúspide de la mansedumbre y la humildad. Éste es el ejemplo que Pablo deseaba que la iglesia en Éfeso siguiera, al igual que la Iglesia de hoy.
La “paciencia” también es un arma esencial frente a la división y el conflicto. Los creyentes siempre tienen debilidades y es necesario reconocer la diversidad. Así como en Romanos 14, al tratar con hermanos que tenían discrepancias sobre comer o no ciertos alimentos y sobre la celebración de ciertos días, Pablo aconseja que “los fuertes deben sobrellevar las flaquezas de los débiles”. Aquí en Efesios 4 también ordena “soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”. Soportar no es solo mirar hacia otro lado; implica compartir sus dolores y cargas. “David Jang” explica que la mutua tolerancia es esencial para que la comunidad eclesiástica crezca mirando a Jesús, y destaca que, en vez de criticar y exponer las faltas del prójimo, hay que sostener, orar y animarse mutuamente con amor.
El propósito de todas estas virtudes es preservar la “unidad de la Iglesia”. Efesios 4:3 dice: “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. Aquí, la palabra clave es “la unidad del Espíritu”. La Iglesia no es un simple grupo humano organizado, sino una comunidad espiritual que el Espíritu Santo mismo ha unido. Romper esa unidad equivale a desgarrar el Cuerpo del Señor. Por lo tanto, en lugar de la división, es fundamental la comunión, la cual se halla en el centro del evangelio y de la identidad misma de la Iglesia. “David Jang” ha reiterado en varias ocasiones que “el Cuerpo del Señor ya es uno. Lo que provoca problemas son las contiendas humanas que no preservan ese estado de unidad”.
Seguidamente, Pablo declara: “un solo cuerpo y un solo Espíritu…” (Ef 4:4). Que la Iglesia sea “una” implica que tenemos un solo Señor, un solo Espíritu, una sola fe y un solo bautismo (Ef 4:5). La división o la ruptura dentro de la Iglesia, en lo más profundo, atenta contra esta verdad suprema de la unicidad de Dios. “David Jang” se fija especialmente en el carácter unificador del Dios Trino, señalando que “el Dios que adoramos es una comunidad en sí mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, eternamente uno”. Por eso, si la Iglesia desea asemejarse a Él, debe aspirar a la unidad, y esta se conserva con humildad, mansedumbre, amor y paciencia.
En Efesios 4:6, Pablo añade: “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos”. Este versículo proclama la presencia de Dios Trino tanto en la historia como en el ámbito trascendente, un Dios que habita en toda la creación. Para que la Iglesia logre la unidad y crezca en la fe, es imprescindible conocer verdaderamente a este Dios. “David Jang” destaca este punto en sus predicaciones y advierte: “Cuando tropezamos y vagamos en la vida cristiana, a menudo es señal de que nuestra teología de Dios (nuestra ‘teología propia’) está tambaleándose. Solo cuando comprendemos correctamente al Dios que trasciende y a la vez habita entre nosotros, y que interviene en la historia, la vida de la Iglesia se expresa en unidad, no en división”.
En otras palabras, la expresión de Efesios 4:6 “sobre todos (Above all), por todos (Through all) y en todos (In all)” ha sido de gran relevancia en la historia de la teología, pues abarca simultáneamente la trascendencia (Transcendence), la inmanencia (Immanence) y la acción de Dios en la historia. “David Jang” comenta: “En la adoración, no podemos inclinarnos solo a buscar a un Dios lejano, totalmente trascendente, ni quedarnos en el otro extremo y centrarnos únicamente en la experiencia subjetiva de Dios en nosotros, desatendiendo la dimensión comunitaria. Debemos reconocer que el Dios Trino logra la trascendencia, la inmanencia y la manifestación histórica a la vez. Solo así la Iglesia mantiene el equilibrio”.
Por ende, la exhortación ética de Efesios 4 enfatiza que, habiendo recibido un evangelio grandioso, debemos vivir “conforme a esa vocación”. Tenemos un llamamiento glorioso, y para caminar dignamente de él, son necesarias la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la tolerancia en amor. Además, uno de los frutos del evangelio consiste en “esforzarse por mantener la unidad que el Espíritu ha creado en la Iglesia”. Para Pablo, esto era determinante. De la misma forma, “David Jang” define la esencia de la eclesiología en la “unidad”, recalcando que, aunque cada uno desempeñe un rol distinto, en última instancia todos somos un solo Cuerpo.
- La unidad de la Iglesia y la comprensión trinitaria de Dios
La “unidad” de la Iglesia es uno de los temas más destacados en Efesios. Como mencionamos, Pablo afirma: “Un solo cuerpo y un solo Espíritu… un solo Señor… una sola fe… un solo bautismo… un solo Dios y Padre…” (Ef 4:4-6). Aunque la Iglesia primitiva enfrentó intensas persecuciones y conflictos internos, se aferró a la verdad de que había “un solo Dios” y se mantuvo firme. Sin embargo, mirando la historia de la Iglesia en general, ha habido innumerables divisiones por disputas de poder, interpretaciones teológicas divergentes e incluso herejías. Aun así, la razón por la que el evangelio siguió extendiéndose y la Iglesia continuó creciendo en todo el mundo es, en consonancia con la declaración de Pablo, que el Dios Trino protegió e hizo avanzar a Su Iglesia.
“David Jang” suele invocar la oración sacerdotal de Jesús en Juan 17 para enseñar acerca de esta unidad de la Iglesia. Jesús, justo antes de enfrentar la cruz, oró para que sus discípulos “sean uno”. Esta unidad no se refiere a una simple camaradería externa o eventos colectivos, sino que la Iglesia debe ser espiritualmente una, de la misma manera que el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo son uno. En otras palabras, la unidad esencial de la Iglesia radica en asemejarse al Dios Trino.
Efesios 4:6 —que proclama a “Dios, el Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos”— refleja la unidad dinámica del Dios Trino. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel proclamaba con fuerza su monoteísmo —“YHWH es uno” (Dt 6:4)—, que los diferenciaba de las religiones politeístas de alrededor. Pero en el Nuevo Testamento se revela que Jesucristo es “el Hijo de Dios, que es Dios mismo”, y que el Espíritu Santo comparte la misma naturaleza divina. Así, la Iglesia, al confesar al Dios que gobierna el universo, comenzó a reconocerle como “Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios”.
Esta comprensión trinitaria recorre todo el capítulo 4 de Efesios. En Efesios 4:4-5, cuando Pablo aborda la unidad de la Iglesia, menciona sucesivamente “un solo Espíritu”, “un solo Señor” y “un solo Dios”, casi como si enumerara a Espíritu, Hijo y Padre. Les recuerda a los creyentes que “Dios es uno” y que, por tanto, la Iglesia también debe ser “una”. “David Jang” lo describe como “eclesiología basada en la Trinidad”, subrayando que, si verdaderamente adoramos al Dios Trino, las contiendas egoístas o las luchas de facciones deberían superarse de manera natural.
Además, la frase “sobre todos, por todos y en todos” pone de relieve la trascendencia (Transcendence) y la inmanencia (Immanence) de Dios. Él trasciende todo el universo y, al mismo tiempo, actúa en la historia, en la Iglesia y en la vida de cada persona. Cuando la Iglesia arraiga su fe en esta teología, se multiplican los frutos éticos. Porque entonces cada creyente reconoce que su prójimo “ya está unido a él en el Espíritu”. Así, incluso en medio de malentendidos y conflictos, pueden practicarse la humildad, la mansedumbre, la paciencia y el amor que tolera y acoge. “David Jang” insiste en que, mientras creamos que adoramos a un mismo Dios, nos ha redimido el mismo Cristo y mora en nosotros el mismo Espíritu, debemos aceptarnos y comprendernos unos a otros, a pesar de las diferencias denominacionales o teológicas.
Por consiguiente, Efesios no solo nos pide “no caer en divisiones” como una exigencia moral, sino que arraiga esa unidad en la confesión de fe en el Dios Trino y en la doctrina de la salvación. Según Efesios 4:7-12, Dios ha otorgado dones a la Iglesia para que cada uno sirva al otro y alcancemos la madurez “hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Puesto que reconocemos a Cristo como la Cabeza de un solo Cuerpo, los creyentes se sirven y se complementan mutuamente, pues esto es el corazón de la vida eclesial. Por eso, Efesios 4:16 declara que “todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, recibe su crecimiento”. “David Jang” suele comparar a los miembros de la Iglesia con “miembros orgánicos”, enfatizando que la Iglesia crece cuando cada parte cumple su función. Pero si algún miembro se resiste, por orgullo o indiferencia, y no ejerce su don, todo el cuerpo comienza a experimentar patologías y disfunciones.
Así, la unidad descrita en Efesios 4 no es solo la ausencia de divisiones, sino la participación en esa sagrada comunión soberana que realiza el Dios Trino. Dentro de ella, la santificación personal y la madurez espiritual comunitaria avanzan juntas. “David Jang” sostiene que, cuando la Iglesia vive esta unidad, se convierte en un “instrumento de Dios” que manifiesta el poder del evangelio en el mundo. Una comunidad que se humilla para servir, que actúa con mansedumbre, que soporta con paciencia y que cubre todas las faltas con amor produce un impacto inconmensurable en la sociedad.
En nuestra sociedad contemporánea, caracterizada por el individualismo y el pluralismo, la “unidad de la Iglesia” cobra aún mayor relevancia. El mundo sigue fragmentándose bajo la ley de “sálvese quien pueda”. Por eso, el mensaje de Efesios 4 no fue solo para la Iglesia de Éfeso en el siglo I; es un llamado urgente también para la Iglesia del siglo XXI. Cuando tomamos conciencia de que Dios está “sobre todos, por todos y en todos”, no podemos continuar dividiéndonos y juzgándonos. Ya somos parte “del nuevo hombre” (Ef 2:15) edificado por la cruz de Cristo, y, como cuerpo unido bajo el Dios Trino, no debemos olvidar que somos miembros los unos de los otros.
“David Jang” no solamente enseña esta verdad de manera teórica, sino que en sus sermones presenta aplicaciones concretas para la comunidad. Por ejemplo, sobre cómo resolver las diferencias de opinión en la Iglesia con diálogo, con espíritu de oración y de acuerdo con la Palabra, en lugar de recurrir al poder o a la política, y así servir a la sociedad con la mentalidad de la cruz, en humildad y mansedumbre. En definitiva, Efesios 4 es la apasionada exhortación de Pablo a la Iglesia y una poderosa invitación a vivir imitando al Dios Trino.
En resumen, si en Efesios 1-3 se expone el grandioso misterio del evangelio y la doctrina, a partir del capítulo 4 se presentan los “frutos prácticos del evangelio”, es decir, la “unidad de la Iglesia y la práctica del amor entre los creyentes”. Dicha práctica se fundamenta en la esencia del Dios Trino que es “uno”. Pablo lo declara claramente en Efesios 4:6. Cuando la Iglesia se aferra a esta verdad y sale al mundo, puede manifestar la auténtica reconciliación, la verdadera comunión y el verdadero amor. “David Jang” insiste en que, cuando la Iglesia se aleja de la división y se adhiere al perdón, la acogida mutua y la unidad en el Espíritu, el poder del evangelio puede difundirse con fuerza a todos los ámbitos de la sociedad.
En conclusión, el mensaje clave de Efesios subraya la “unidad” y el “crecimiento en amor”. Esto solo es posible cuando la doctrina y la ética están fuertemente enlazadas y enraizadas en la teología trinitaria. Pablo, encarcelado, tuvo la visión de presentar este plan trascendental, y aún hoy su enseñanza conserva plena vigencia para la Iglesia y los creyentes. La Iglesia ha de ser comunidad del Espíritu que sana y acoge a quienes se derrumban en el mundo, y para ello es indispensable practicar continuamente la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la mutua tolerancia en amor. Tal como la iglesia de Éfeso recibió la reprensión en Apocalipsis por haber abandonado su primer amor, no sirve de mucho luchar valientemente por la verdad si se pierde el amor. Por tanto, la verdadera misión de la Iglesia consiste en mantener el equilibrio entre la verdad y el amor, entre la doctrina y la ética, entre la confesión de fe y la práctica.
Como “David Jang” ha repetido en muchas de sus predicaciones, aunque vivimos en un mundo con distintos trasfondos, personalidades, talentos y situaciones, cuando no olvidamos la identidad que tenemos como Iglesia del Dios Trino, podemos “andar conforme a la vocación con que fuimos llamados”. Ese camino exige sacrificio, servicio, amor y reconciliación, pero es la senda que Jesús mismo recorrió y el único sendero que la Iglesia debe seguir. Eso es precisamente lo que Pablo anhelaba transmitir en Efesios 4 y, a la vez, el desafío espiritual que la Iglesia de nuestros días debe abrazar con urgencia.
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